Acabo de ver la séptima y última temporada de la serie
televisiva Hijos de la anarquía. A los amantes de las series de temática policíaca, thriller y
acción, no les pasará desapercibida.
Esta serie, sin duda muy influenciada por las andanzas y
tropelías de los tristemente célebres Ángeles
del Infierno californianos, aquellos marginados hippies y chalados de las
motos de los setenta, desarrolla las vicisitudes de un club de moteros, en cuya
chupa distintiva se estampa la imagen
de la Parca y su guadaña, figura inquietante que ya nos augura una gran dosis
de morbosa deleitación.
Logo de la serie |
Provistos de un régimen jerarquizado y democrático, su presidente
y vicepresidente dirigen el club, aunque las decisiones importantes han de
pasar por la mesa y votadas por todos
sus miembros.
La serie se divide en siete temporadas, cada una de las
cuales gira en torno a la relación entre los negocios del club, las
desavenencias con las bandas rivales, las cuitas personales de sus miembros y,
sobre todo, los problemas de la familia de Jacks Teller, vicepresidente del
club e hijastro del presidente. Su madre, Gemma Teller, hace y deshace en la
sombra, siendo la gran matriarca del grupo y una de las protagonistas principales de la serie.
Unos actores curtidos dan mucha verosimilitud a sus roles. Aunque contiene muchas dosis de violencia y derramamiento de sangre, las historias van y
vienen a velocidad vertiginosa, en frenético ritmo, de modo que el espectador
en ningún momento puede darse siquiera un descanso.
Buena serie, bien hecha, sin escatimar medios, guión cuidado
y grandes actores. Merece la pena dedicar un par de horas a los dos primeros
capítulos para comprobar si engancha o no. En caso afirmativo, aseguro que la
serie no es de las que decae, sino todo lo contrario. Yo la calificaría con un bien próximo al notable.