Tomen ustedes una trama
truculenta donde intervengan varios personajes, todos ellos sin nada especialmente
destacable: un modesto constructor, sus empleados, sus vecinos, amigos, una
detective anodina, un policía corrupto y un personaje del hampa muy malvado… en
fin, lo típico. El protagonista, a ser posible, que narre en primera persona
para darle más credibilidad y hacer que el lector empatice con él. Ahora cocinen
todo y añadan, aquí y allá, elementos salpicados, algo así como para darle
sabor a la salsa, y después de 470 páginas con un meneo de cuchara de padre y
señor mío, sáquenlo del horno y sírvanle a un estupefacto comensal, el ingrediente más inocente de todo el guiso convertido en
una guindilla para desagradable sorpresa de su paladar.
No pueden faltar los niños; en
este caso una niña para dar el toque tierno. ¿Se creen ustedes que una niña de
seis años puede campar por sus fueros tan alegremente cuando en el transcurso
de tres días se le muere la madre, la madre de su mejor amiga, le disparan
desde la calle y la secuestran?… Una super nena.
Esta es la síntesis de “El accidente”, el
aclamado best seller de Linwood
Barclay. Novela de la que, como no, se ha hecho una película, y el propio
Stephen King, en un momento de sospechosa sobriedad, se pregunta cómo ha podido
pasar toda su vida sin Linwood Barclay. Pues yo le diría a Stephen King que no
le fue tan mal sin él, y le seguirá yendo mejor todavía si no vuelve a leer
ningún otro libro de este autor y sobre todo a elogiarlo, porque los que en
algún momento creímos en ti, Stephen, vamos a tener que replantearnos nuestra
opinión.
En definitiva, un libro
infumable con un final más infumable todavía. El trillado thriller del que estamos más que saturados. Y a fuer de ser
original, el autor se saca de la manga el tráfico ilegal de bolsos de marca
falsificados como elemento vehicular de su historia. Fíjense si da de sí el
tráfico de bolsos de señora que la mitad de los personajes son asesinados y la
otra mitad los asesinos. A partir de ahí, imagínense lo demás. Pero el final…
el final es de traca, y no de traca valenciana precisamente que esa es bien
sonora, sino de petardo.
Piensen por ejemplo en una
pareja con dos hijos, una criada, la vecina, el perro de la vecina, el marido
de la vecina que no pincha ni corta, un elemento meramente decorativo en el
libro, y resulta que en la penúltima página, cuando menos te lo esperas, el
marido de la vecina, que no rompía un plato, que no mataba una mosca, que ni
estaba ni se le esperaba, que solo cortaba el césped del jardín los domingos
por la mañana, es el asesino. Es para desternillarse, ¿verdad?. Pues bien, esa
es la novela de Linwood Barclay. No… no se alarmen, no les he descubierto nada
porque lo que les he contado es una analogía, pero aunque les estropease el
final y con ello les disuadiese de leer el libro, diría que les haría un favor,
pero no voy a asumir tamaña arrogancia. Juzguen ustedes y ya me dirán.
En fin, siempre hay público para
este tipo de libros. Yo, después de leer al francés y premio Goncourt, Pierre
Lemâitre, y leer el libro de Linwood Barckay, me siento como haber comido una
aceituna rancia tras haberme puesto tibio de marisco.
Como no soy de los que tiran los
libros a la basura, guardaré este en mi biblioteca en un lugar de difícil
acceso, no vaya a ser que con el tiempo y el olvido vaya a tomarlo de nuevo accidentalmente,
y nunca mejor dicho.
Una vez más, la novela negra
americana perdiendo terreno ante los nuevos valores europeos… quién lo diría.