Patricia Highsmith es
sobradamente conocida, pero en particular lo es en el ámbito de los aficionados
al thriller. Sus novelas han
trascendido más allá del mero trabajo literario para convertirse en guiones de
cine de gran éxito. ¿Quién no recuerda Extraños
en un tren, o el Talento de Mr.
Ripley, llevados con tanto éxito a la gran pantalla?
En 1964 Highsmith escribió La celda de cristal, novela que llegó
casualmente a mis manos en un mercadillo de libros de ocasión y que esta semana
acometí, con cierto escepticismo, porque no es esta una escritora santo de mi
devoción.
La novela es una narración que
consta de dos partes diferenciadas. La primera describe las desventuras de un
arquitecto que es condenado a seis años de prisión acusado de corrupción por edificar
un colegio público con materiales de ínfima calidad y quedarse con el dinero
sobrante del presupuesto destinado a la obra. La vida carcelaria en toda su
dimensión está bien descrita, pero no deja de carecer de emoción, de chispa… de
ese algo que para mí no tiene esta escritora… Me resulta de una impasibilidad
desesperante y empatiza poco con el lector – en este caso conmigo.
La segunda parte es la puesta en
libertad del protagonista. Volver a retomar la relación con su esposa. Esta,
durante su ausencia, tuvo una aventura con el abogado que llevaba su caso, lo
que desata una crisis de celos que desemboca en el asesinato del amante. Un
argumento simple.
Vamos viendo la transición del
hombre, supuestamente inocente, en el criminal sin escrúpulos, apenas turbado
por sus acciones y con la misma impasibilidad psicológica.
En definitiva, una novela más que
no me ha dejado huella ni mínimamente profunda. Aunque claro, leída después de
haber disfrutado con el último trabajo de Pierre Lemâitre (Recursos inhumanos), leer a Highsmith es como pretender sentir la
dulzura de un caramelo después de haber chupado un limón.
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